miércoles, mayo 25, 2011

El hombre sin sueños:



El hombre sin sueños:



Escuchaba hace unos días, una entrevista a uno de tantos escritores que andan sueltos por el mundo. Y discurría el susodicho, sobre qué es primero, si el título o la idea. Hace ya años que convivo con la noción de una mente que me piensa a mi. Idea inoculada en parte por mis breves estudios en psicoanálisis, y en otra parte por las palabras de un colega genio, hasta entonces no descubierto aún, y hoy día, quién sabe, a saber: “Eso que vos no querés pensar, te piensa a vos, sin que puedas hacer nada para controlarlo”. Muy verosímil. Y entonces, continuando la pregunta de aquel escritor, pareciera ser todo al mismo tiempo, y mezclado. Acompañando el adagio, y ojala se me permita el paralelismo, de que cuando el alumno esté listo, el maestro aparecerá, pareciera suceder que una mole de sinapsis cocinan la obra desordenada-mente, siendo la aparición del título correcto, una quimera más de las que conservan el misterio de la mente humana.

El título ya está ahí arriba, y aseguro que en este caso cada palabra apareció en el orden que se observa. Y aluden esas cuatro palabras a esta madrugada de insomnio, en la que ya a las cuatro menos cuarto, eso que me piensa, me negó la continuidad de mi descanso. Así fue que entendí, creo, el mensaje fantasmagórico, y accedí a levantarme y sentarme a escribir.



Vale: “Los sueños, sueños son”, eso es gratis. La multivocidad, y su contracara, la multideterminocidad (¿?) del lenguaje, hace que una frase sea ese hermoso laberinto que es. ¡A recorrerlo!



Un sueño es “... la figuración en forma de imágenes de un deseo” (eventualmente oculto) “como cumpliéndose... ” (en acto). Es notable que hay gente que afirma no soñar, y que quizás hasta niegue soñar. He conocido unas cuantas personas de semejante calaña, más allá de los que hubieron sido mis pacientes no soñantes. Recuerdo a la distancia la teoría que correlaciona el no soñar con el éxito en la vida... Lo pienso en vivo y en directo y creo que es una de las estupideces más estúpidas. Una vida sin soñar no puede ser exitosa. ¿Qué hace que transcurran una noche entera sin figurar una maldita imagen de un maldito deseo como cumpliéndose? Acaso no desean...



Y los sueños tienen esa costumbre, de habitualmente llegar a olvidarse en el transcurso de los minutos que van pasando desde que nos levantamos de la cama. Hay un momento inmediato al despertar en el que pueden estar tan claros que se nos antojan “reales”. Como episodios de una serie de tv (que también pueden ser olvidados al rato de vistos), o también como sucesos ocurridos en un día cualquiera. Desde ese instante confuso pueden seguir el camino del recuerdo total, parcial, o el del completo olvido. ¿Qué maligna fuerza hace que una persona olvide su sueño? Ya sea que lo olvide por un rato, por un buen tiempo, o para siempre, se me antoja triste la idea de la persona que olvida los sueños. Creo que no es mi caso (lo que pudiera explicar mi fracasada existencia, al menos a la sombra de lo que se supone un hombre exitoso en esta sociedad) ya que puedo recordar sueños de la infancia, deseos de la infancia, avideces insatisfechas en mi infancia, vocaciones infantiles, ilusiones, imaginaciones, dibujos, uffff... Lo mismo recuerdo mis deseos en general, en cada una de las etapas hasta aquí habitadas por mí en este mundo. Y por cierto también tengo presentes cada una de las metas logradas, porque si viviera recordando únicamente lo incumplido, mejor voy a buscar la Smith&Wesson y escribo la carta “Señor Juez... ”. No hemos de perder de vista al sueño, a los sueños. Ni a los oníricos, como tampoco a los otros, los anhelos que rigen nuestras acciones a la distancia, dado que los primeros encriptan un mapa muy útil, si uno perdió el rastro de los segundos. Es por ello que me parece triste pensar en la persona que no recuerda sus sueños, ni los unos, ni los otros, ya que es la “carne de cañón” de la sociedad voraz que supimos construir.



Un sueño es un deseo, poéticamente hablando. Es un anhelo. Un norte, un polo rector, un rumbo, un destino hacia donde, al menos, tender. Un deseo es un punto notable en el horizonte. Es una estrella guía de nuestros pasos en la oscura cotidianeidad de la vida. Sin un sueño, no importa hacia donde vamos. Da igual. Estamos desorientados. Podemos pasar varias veces junto al mismo arbusto, dado que el camino de la vida es lo suficientemente largo, y el mundo tan pequeño, como para que esa desgracia esté casi asegurada. Caminando por la vida sin un sueño, vamos al tanteo en un bosque oscuro como el de Blair Witch... Es importante, tener un sueño. ¿Cómo concebir una vida así? Y sin embargo, el éxito en la vida y los sueños mantienen, al parecer, esta relación paradójica, en la que, en la medida en que una persona no concreta aquello que anhela, puede sentirse poco exitosa, y hasta fracasada. Bonito mejunje, ya que si uno es un deseador compulsivo, el sentimiento de fracaso esta asegurado. Y en el otro extremo, si uno es un ser plano, sin mayores esperanzas que las de permanecer sobre la superficie terrestre, cómodamente puede sentir estar en la cresta de su ola, y que se lo venga a discutir Magoya. El truco se esconde en la manga del “justo medio”.



Y vaya que el uso idiomático “tengo sueño”, “no tengo sueño”, se refiere a la necesidad física de dormir, estado corporal ideal para soñar. Sabido es que soñar, puede soñarse despierto. Soñar despierto es tener ilusiones. Imaginaciones. Dejarse llevar por las ideas. Es la ocasión de interrumpir el transcurrir habitual de la vigilia, en la que el mundo se nos mete en el cuerpo, en la mente (que está en dicho estuche), e invertirse el flujo mental, manando chorros de ideas hacia fuera, ya sea en forma de imágenes, palabras, pinturas y esculturas, demás expresiones artísticas, manualidades en general. Es darle el comando del cuerpo, a eso que amenaza pensarnos si no estamos dispuestos a cooperar en la cosa. Se reanuda la pc, resuelto el tema energético, releo el párrafo, y el final me hace pensar: hay gente que padece de la dificultad, y hasta incapacidad, para dejarse llevar por la otra mente, la que reclama el timón de tanto en tanto para rumbear hacia el sueño. Vivimos tiempos difíciles. Las personas compran cualquier objeto, cualquier substancia, si promete facilitar eso de soltar las riendas. Creo que sucede que todos estamos de acuerdo en que para ser felices, hay que orientar la nave hacia nuestro destino deseado. Y a esta altura de mi insomnio, la lógica dice: para hacer eso posible, hay que haber soñado el destino, ya que si se carece de la función onírica, nocturna y/o diurna, somos el supuesto buque sin gobierno y sin brújula; sin timón. Y sin un capitán, cualquier grumete tiene ínfulas de líder. Vasta que cualquiera diga “¡Debemos ir hacia allá!”, para que una tripulación de desorientados maniobre como pueda el barco en la dirección que aquel dedo señala. De ello viven las personas que ponen los anuncios por doquier. No soñantes compran promesas de felicidad a cada instante. Sacian temporalmente la avidez, anestesiando un rato el anhelo. Dura poco el efecto. Sea lo que sea que incorporen: productos, servicios, torneos y competencias, objetos o substancias, títulos y honores en cómodas cuotas. Todos encontrados en anuncios que abundan en promesas. “Con esto vas a estar bien”, o descaradamente, “esto te hace feliz”.



¡Eureka por un segundo!



Un sueño puede quitar el sueño. Como el clavo que NO quita el otro clavo. Puede uno despertar de un mal sueño, de una pesadilla, y verse impedido de continuar el dormir. ¡Ay, con las contradicciones! Durmiendo podemos descubrir, reencontrarnos y hasta desencontrarnos con nuestro sueño. Podemos poseer deseos indeseados o indeseables. Eso dicen las teorías, son las pesadillas. También se sabe que coinciden con momentos en los que el oxígeno disminuye en las zonas corticales, menguando su actividad, y por esas cosas de la ingeniería Divina, entrega el control a las estructuras infra-corticales, que pareciera ser el sector fuera del alcance de las cámaras de vigilancia de una ciudad. Todo lo socialmente censurable se esconde ahí. El capitán Dionisios rumbea inmediatamente a la isla de la perdición. Se puede temer tanto a un deseo indeseado que se procede a no dormirse nuevamente hoy. Mañana se verá.

Y puede uno también, estar atormentado por sus deseos de tal forma que, a fuerza de estimular la croqueta conciente, no permiten la entrada al limbo. Un insomnio post mal sueño; otro insomnio preterintencional con dolo eventual. La otra mente castiga, en reclamo por una recomposición del curso de nuestra vida. Planta el piquete en la almohada. Y es fútil el intento de ignorar la medida de fuerza. Por allí, nadie pasa. Lo que resta por hacer es levantarse y poner la pava, sentarse frente a la herramienta que venga al caso, y tratar de vislumbrar el motivo de la discordia. Y acá estamos. A las 6.44, y un termo que ya se fue, pero de pistas del deseo insatisfecho, nada.

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